Las luces se detienen, la música cambia de repente. El
reflector azul cae sobre mi cuerpo sudando, me bajo la mano escurriendo hasta
la cintura, mi calzón es tan diminuto que mis nalgas se ven enormes, mi sexo
cuelga. Me embarro el sudor por todas las nalgas y piernas. Doy un brinco de la
barra y caigo de pie, miro alrededor. Todos están mirándome, los invito a
tocarme.
Unos se ponen de pie y se acercan, camino entre algunos
recibiendo nalgas y toqueteos obscenos; dos se me ponen en frene, me bloquean
el paso, al dar en reversa, todos están demasiado cerca de mí. Les bailo, dejo
que me toquen, que me aprieten, sus manos se resbalan con el sudor de mis
caderas. Me jalonean, me estiran la tanga hasta romperla. Me lastiman.
Esto ya no es tan divertido, me arrinconan cargándome, sobre
una bocina me empinan, empiezan a nalguearme. Entonces cuando estaba temblando
de miedo, una mano los detiene y noté primero tu cara de curiosidad morbosa, y
luego, tu introversión y luego un susto. ¡Qué haces ahí! Me jaló tan fuerte que
de un golpe caí en sus brazos.
Me sacó corriendo hasta el baño, donde el gerente del
lugarcillo nos llevó al cuarto trasero, me dijiste “¿estás bien?”. Estaba bien,
sólo que a veces se les pasaba la mano con el alcohol y a mí con lo coqueto. A
veces les enseñaba tanto culo y a veces les dejaba que me chuparan la verga.
¿Tú que haces aquí? No podía ponerme calzones, ya que traía una erección bien
puesta.
Gracias por salvarme; te debo una. Una hora de fantasías en
mi cabeza, una noche de placer correspondido, una botella, un poema al aire y
una chaqueta. Es lo justo, es lo mínimo. Todavía me sacaste del lugar
abrazando, para que todos supieran que estaba contigo. Salimos entre rechiflas,
botellazos y mentadas de madre.
Te llevo a casa, te dije, en un taxi. No gracias, prefiero
primero dejarte en un lugar seguro, dijiste, te veías conmocionado. A la
derecha y luego derecho, hasta el semáforo, tome la avenida y luego siga
derecho. Por eso, vamos a tu casa, ahí me sentiría seguro. Tenemos prisa, por
favor acelere.
Me ruboriza pensar en hasta donde he llegado por ni tocarte
un pelo, todo siempre me lo imagino y me enveneno, se me escurre las ganas por
el cuello y luego nada; el olvido. Y luego de la nada apareces como si nada,
como príncipe y me enredo, actúo inmaduro y me cohíbo. Abre la puerta con
cuidado, verifica su hay alguien.
Enciende la luz en sigilo, deja las llaves con cuidado y me
dice “pasa”; acaricia al gato, me sonríe. Me tiro en el sillón y al sentarme me
arde la piel de la cintura, santo quemón que me dejo la tanga. Se acerca a
verme y me ofrece árnica. ¡Úntamela, pues! No seas malo que a mí arde. Se
calienta las manos con el vaho y me frota. Me quita la playera y me desabrocho
el pantalón. Me frota la espalda, media nalga y se eriza hasta el ser.
Dame un beso, que también me arde la boca, que también me
anda por coger. Cogerte entre mis piernas y abrazarte contra mí, sentir tus
manos sostenerme es lo que quiero hacer. Se te cae la baba al verme, te
entorpece mi piel, te excita mis gestos, te ruboriza mi olor. Tú también
quieres poseerme, lo sé. Pero tocan el claxon, es la puerta del zaguán, es Él.
Me ofrece una cobija y se pone de pie. Anda a tiende la
puerta que ya fue; me subo el pantalón, me pongo de pie, busco el baño, cierro
la puerta, me mojo la cara, me miro al espejo. Al salir, me encuentro
besándole, con todas tus ganas, con todo placer. Me despido, hasta la próxima
vez.